jueves, 20 de diciembre de 2012

El cuento de Mundoflauta

_¡Papa, papa! ¿Nos cuentas el cuento del abuelo?
_Ya es muy tarde y mañana hay que madrugar.
_¡Porfa paaapi!
_Está bien, está bien...

Once upon a time, en un rinconcito de una remota galaxia...
Cuentan los viajeros que hubo dos mundos paralelos; Mercadópolis y Mundoflauta. El primero era gris y guerrero, en su codiciosa locura estaba encaminado inexorablemente a la autodestrucción. Pero un buen día, un grupo de jóvenes sin futuro, viejos precarios y parias de toda índole, decidieron abandonar su planeta natal Mercadópolis y se exiliaron a su pequeño e inhóspito satélite de Mundoflauta. Allí en su nuevo hogar, los mundoflaúticos establecieron acampadas y en sus continuas asambleas, debatieron sobre cómo había de ser su nueva sociedad. Por fin, lograron fundar su democracia participativa 4.0, cuyos pilares fueron; Paz, Libertad, Igualdad y Solidaridad.

Los mundoflaúticos florecieron prósperamente y pronto fueron envidiados por sus codiciosos vecinos de Mercadópolis. La voz se corrió por toda la galaxia, miles de ciudadanos de diferentes planetas comenzaron a emigrar al nuevo mundo. 
Esto provocó fortísimas tensiones que los mercadopoliticienses aprovecharon para maniobrar en el consejo de seguridad de la Organización de Planetas Unidos (OPU), logrando de esta manera el aval para invadir y destruir la amenaza planetaria que suponía la existencia de Mundoflauta

En el planeta Mercadópolis, se dispusieron los preparativos para la invasión y se inició una campaña mediática inflada de orgullo patrio. El objetivo era concienciar a la población de la necesidad de reconquistar Mundoflauta _al fin y al cabo, no dejaba de ser un miserable satélite del gran planeta-nación de Mercadópolis. Los derechos históricos amparaban la territorialidad sobre dicho inframundo_ Los mandamases de Mercadópolis se las prometían muy felices, la invasión del astro vecino sería todo un paseo militar: «Esos holgazanes descarriados de Mundoflauta, no son rival para el glorioso ejército mercadopoliticiense».

Mientras tanto en su pequeño planeta, los mundoflaúticos deliberaban en asambleas cómo hacer frente a la embriaguez imperialista de sus vecinos. Unos, abogaban por ofrecer una resistencia activa y pacífica. Otros por el contrario, arengaban a una prolongada lucha de guerrillas. Finalmente determinaron como primera medida, enviar a un emisario a pedir auxilio externo al lejano planeta de Mundoriente, el cual no dudó en apoyar la causa de Mundoflauta, con tal de fastidiar a su eterno rival de Mercadópolis.
En solemne sesión del Parlamento Intergaláctico, el embajador de Mundoriente amenazó: «Si un solo soldado pisa la superficie del planeta Mundoflauta, nosotros haremos lo propio ocupando las Afrolunas ¿Acaso quieren sus señorías iniciar una devastadora guerra planetaria?».
Pese a su arrogancia, los dirigentes de Mercadópolis tuvieron que ceder frente a la determinación de su poderoso oponente de Mundoriente. Se abrieron negociaciones tripartitas: los mundoflaúticos ganaron la paz, pero a cambio se vieron forzados a aceptar un tratado de libre comercio, el cual a la postre, pondría en riesgo los otros tres pilares de su utópica sociedad. 
Con la firma del acuerdo, sutil pero implacable, comenzó la invasión silenciosa...

No pasó mucho tiempo desde la legalización del tratado de paz y libre comercio, para que en la superficie del planeta Mundoflauta, se levantase el primer complejo turístico de Mercadópolis. A este, le siguió un complejo residencial y otro complejo del ocio, y otro, y otro... Así, hasta formar un entramado de incesantes estructuras hexagonales. En un principio, los aborígenes de Mundoflauta se alejaban de estas colmenas mercadopoliticienses. Detestaban su bullicio y su hedor.

Después vendrían las primeras fábricas de Mundoriente, donde si querían, podían trabajar hasta los niños en turnos de doce horas. «No había nada más dignificante que el trabajo», les decían... 
En Mundoflauta no existía el dinero. Se crearon bancos del tiempo donde los aborígenes podían cambiar sus horas de trabajo por créditos para los centros de ocio de las colmenas de Mercadópolis. Allí, podían asistir a los torneos de realidad virtual, mientras degustaban las famosas mercaburguers acompañadas de cokadópolis, la bebida que hacía furor en toda la galaxia. También, podían aficionarse al amplísimo catálogo de pastillas de la felicidad, o admirar los últimos ingenios tecnológicos de Mundoriente.
Paulatínamente, un número creciente de aborígenes se abandonaron a los licores y excesos de sus invasores. Las asambleas mundoflaúticas dejaron de ser concurridas y, los que resistieron en sus antiguas creencias y costumbres, fueron confinados en reservas para evitar el contagio intelectual con los colonos y aborígenes conversos.

Los pilares de la sociedad mundoflaútica se desintegraron. Su idílico mundo estaba siendo sistemáticamente devorado por las nuevas ciudades. Mundoflauta se había convertido en una sucia caricatura, en un decadente reflejo gris de su planeta vecino. Había llegado la hora de partir. Los pocos resistentes que quedaban en las reservas, construyeron en secreto un vetusto cohete y se largaron de aquel condenado infierno, en que se había convertido Mundoflauta.

Cuentan los viajeros, que esta misma historia se repitió en diferentes planetas, y que desde entonces los mundoflaúticos, vagan por el cosmos sembrando su rebelde sabiduría. 
Cuentan los viajeros, que algunas gigantes rojas en su último estertor, se despiden con una titánica explosión estelar engullendo sus adyacentes mundos. Cuentan, que de sus cenizas cual ave fénix renacerá un joven Sol, orbitado este por nuevos mundos, que la raza errante sembrará. 
Cuentan los viajeros, que en una remota galaxia existieron dos mundos paralelos, Mercadópolis y Mundoflauta.

A mi abuelo, que tuvo que huir de su pueblo escondido en el interior de una tinaja para evitar ser "paseado" por los fascistas; a los que murieron en una cuneta, acribillados por las balas del odio, la cobardía y la ignorancia; a los exiliados; a los perdedores que soñaron un mundo mejor.

¡Seguimos Soñando!