Y corro hasta que el corazón desbocado se me sale por la boca.
Lo mastico, y de una dentellada le arranco un pedazo, que escupo, amargo.
Pisado contra el suelo le clavo cien puñales, ¡y todavía late el muy hijo de puta!
Abandono el pingajo a su suerte y reemprendo más ligero la huida,
a pecho descubierto, horadado, por donde el viento burlón cuela su canción.
Y corro cual pequeño hámster en su noria; una vuelta tras otra hasta la rendición,
¡por fin! Para mañana o pasado mañana, despertar, en el mismo punto de partida.
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