Desde que aterrizaste en la isla tuviste una conexión especial con este lugar. Tus primeras fotos así lo atestiguaban. Te faltaba tiempo para llevarnos al espectáculo del islote con el sol hundiéndose sobre el mar. Nos contabas historias de sus mitos y leyendas: de la Atlántida perdida de Platón, de las Sirenas de Homero que con sus cantos embaucaban a los marineros arrastrándolos a las profundidades. Nos hablaste del ermitaño del islote y su misteriosa cueva; querías subir allá arriba y pasar una noche.
Quizá, en virtud de la consciencia que tu trabajo te daba sobre la fragilidad humana, en más de una ocasión expresaste tu deseo de descansar allí; incluso la última vez que sentados frente a la roca contemplamos el poniente, nos señalaste: «Nada de cenizas al agua, será un poco más difícil; tendréis que sortear escollos, subir y encontrar el sitio». —El enigma y la sorpresa, la pasión y la épica. ¡Eso es tan Andrés!— Te escuchábamos sin atender demasiado; no nos iba tocar a nosotros. Nunca imaginamos la tragedia que se cernía sobre nuestros corazones.
Tras el naufragio, entre tus pequeños tesoros guardados encontramos una vieja fotocopia; tu mapa manuscrito marcado con una X color de una tarde de sol.
Aquí, donde tú querías,
entre aromas de manzanilla y tomillo
flotando en el aire puro del alba,
miles de diamantes centellean en la quietud del mar.
Aquí, donde tú querías,
cae la tarde sobre tu sueño
al calor de una brasa en el horizonte.
Aquí, donde tú querías,
«sobre laberintos de cuevas de coral
el eco de un tiempo lejano
viene ondeando a través de la arena».
Andrés García Córdoba
Sept 13, 1978 - Dic 29, 2024
STTL
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